De niña crecí en un lugar, arriba, bien arriba, casi en la cima de los andes.
Recuerdo que por las noches una luz emergía desde algún cerro cercano, una luz brillante como una estrella extraviada entre cerros, una luz soberbia que tenia la osadía le alumbrar los silencios y penumbras de los andes.
Yo la miraba lejana, atónita, curiosa. Alguien me dijo que la luz era Santiago de Chuco.
Aquel lugar mágico y misterioso que parió al poeta.
Ahí nació Vallejo, y yo crecí al frente.
Entre sus tinieblas, estaba la casa con el poyo en el que se sentaba a esperar a su hermano Miguel.
En Paris visite su tumba, en Miami me visito su tristeza. y en Lima se imponía el vacío de su aire metafísico... su crónica tristeza.
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